(Tomado de Diario Últimas Noticias)
Si los papeles volando por las aceras, las botellas rodeando en los parques y las tarrinas resguardando los monumentos le parecen familiares, ¿se ha preguntado de dónde proviene el empeño de caminar entre basura? y ¿si el peso de una multa será la única motivación para evitar que esto ocurra?
Con cerca de dos millones de habitantes, la ciudad no solo ha crecido en extensión, sino en la capacidad de generar desechos, 1 800 toneladas diarias, por lo menos, de 750 g a 1 kg por persona.
Pero arrojar los desperdicios a medida que avanza un paseo familiar o las envolturas por la ventana del bus, pasa a ser un boleto a la época en la que la quebrada más cercana o el terreno aledaño eran el basurero de turno.
La costumbre de botar los residuos en el suelo nace desde las comunidades indígenas, pasando por las generaciones que habitaron la ciudad desde
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| | | | Serán sancionados con USD 24 quienes: | | | *Tengan sucias las aceras del frente de su negocio, domicilio o empresa.*No retiren el recipiente o tacho de basura luego de la recolección.
*Transporten basura o cualquier tipo de desecho sin la debida protección.
*Arrojen a pie o desde vehículos desechos en general, teniendo la responsabilidad en el segundo caso el dueño de automotor y el conductor. | | | | |
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fines del siglo XVIII, cuando Eugenio Espejo, en sus escritos, ya advertía la delicada situación sanitaria.
Entrado el siglo XIX, sin fundas plásticas ni envases desechables, esta práctica era una forma de aprovechar, hasta el final, los sobrantes. El material, en su mayoría orgánico, no iba a dar a un carro recolector, sino retornaba a la tierra.
Alfonso Ortiz, arquitecto y estudioso de la historia de Quito, en un paneo por dichas prácticas advierte que en ellas está el antecedente del comportamiento actual respecto del manejo de los desechos sólidos.
Plástico, vidrio, cartón... más la materia orgánica, sin variación en las costumbres de antaño y al crecimiento demográfico, dio como resultado un lugar cuyo principal componente es la basura, dice Ortiz.
Quito, a su vez, se levanta sobre esta. Sin más destino que las pendientes, dice el consultor del Fondo de Salvamento, los rellenos sanitarios estaban a la vuelta, prueba de ello es la hondonada Jerusalén, actual 24 de Mayo, hasta llegar a ser conocida como quebrada de los gallinazos.
Las primeras versiones de recolectores eran unas carretas para aquellos que no tenían a la mano un barranco. Más adelante, aparecieron los capariches, quienes se encargaban de, en la década del 50, durante las noches y las madrugadas, barrer las calles.
Hoy, con dos empresas a cargo de la tarea, Emaseo y Quito Limpio, y la propuesta de crear una nueva, agrega Mario Vásconez, director del Centro de Investigaciones Ciudad, los desperdicios se acumulan en las puertas de las viviendas y espacios públicos.
El Parque Metropolitano, el cual también preside, cuenta, no se libra. El 80% de la basura recolectada corresponde a plásticos arrojados por visitantes.
Aunque tirar los residuos directamente al suelo nació en estratos bajos, recalca Ortiz, hoy, no es extraño ver una mano saliendo por la ventana de un lujoso auto, que deja caer algún desperdicio.
Pero si ahora la intención del Cabildo de intensificar el control y hacer cumplir la Ordenanza que norma el tema (213), le parece exagerada, en los 50, las inspecciones de la sanidad eran a domicilio. La revisión, según testimonios, en un lugar de 300 000 habitantes, iba desde el patio hasta el último rincón.
La historia no cambió del todo. Con el aumento del consumo de productos en empaques no degradables y sin las tres R en los hogares (reducir, reusar y reciclar), Quito sigue en el mismo camino.
Entonces, las actuales generaciones no son las primeras en empeñarse en convertir a la ciudad en un botadero, pero sí las que, según disposiciones del Municipio, deberán enfrentarse a las sanciones.
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